Halloween, una celebración global marcada por calabazas, vampiros y el famoso «truco o trato», tiene un origen fascinante que combina tradiciones cristianas y paganas. Su nombre proviene de «All Hallow Eve» (víspera de Todos los Santos) y está íntimamente ligado a festividades celtas como el Samhain, que celebraba el fin de la cosecha y permitía la interacción entre los vivos y los muertos. Durante esta noche mágica, los celtas dejaban ofrendas para apaciguar a los espíritus, dando origen a costumbres que perduran hasta hoy.
Además de la herencia celta, el concepto de Halloween se enriqueció con prácticas romanas. En la antigua Roma, el Mundus Cereris se abría en ocasiones especiales, permitiendo el regreso de las almas. Las leyendas de espíritus malignos, como los «larvae», también influyeron en el imaginario popular, creando un vínculo entre lo sobrenatural y la vida cotidiana.
Con la expansión de la Iglesia cristiana, la festividad de Todos los Santos se estableció el 1 de noviembre, coincidiendo con el Samhain y otras celebraciones paganas. Este cambio ayudó a integrar las antiguas tradiciones en un marco cristiano, transformando la víspera en una fiesta que honra a los difuntos mientras celebra la vida.
A partir del siglo XIX, la inmigración irlandesa a América revitalizó Halloween, despojándolo de su connotación religiosa y enfocándose en un espíritu festivo y secular. Hoy en día, Halloween es una de las celebraciones más esperadas del año, uniendo a comunidades en torno a la diversión y el misterio, mientras recordamos las antiguas creencias que dieron origen a esta noche mágica.